Lo más peligroso del mundo
es un escritor
sin lectores.
—Unamuno, Miguel de.
Como yo,
o apenas yo.
El eco tiembla
la pared de mi estancia,
consiste un canto
diluído en la leche de mis sombras,
consiste un ritmo que abandona
su rima, un verso tras una vertiente
vertido, de papel y ceniza, sin oídos
que escuchen su lamento,
sin un fragmento reposando
sobre los labios de alguien
que se atreve a leer su singladura,
sin a la postre voz que se mezcle
con el fango.
Como yo,
o apenas yo.
Como tú si te encaras
a las palabras que consisten
aquello que escribes, reverbero
tenue de una luz que no llega
a llegar a ninguna ventana,
que no sale de su claustro,
de un entorno de miel y manzana.
Mi voz carece de aliento,
de clorofila y canela, de una estela
que al dibujarse proceda de un barco
a la deriva, sin bitácora ni mando,
que va tomando el llanto de mis palabras.
Como yo,
o apenas yo.
Armo el cálamo y no escribo,
acumulo ideas sin sentido, vacías
de contenido, las lleno y no suenan,
las escribo y no reciben una tinta
que les dé cuerpo, apariencia,
y escribo sin parar un mensaje,
en una botella que se preña de él
hasta zarpar en pos de un destinatario
incierto, ignorado, que no alcanza
a leerlo, que no atiende a razones
ni a sentimientos, que no obedece
a nada a la postre, en un principio.
Como yo,
o apenas yo, como nadar
en un mar en calma.