Amar sin pensar en el pasar del tiempo.
Mi hálito en tu pecho, mi cabeza en tu hombro.
Mi cuerpo, ávido, en tus brazos prisionero.
Tú y yo, haciendo el amor, con una pasión
siempre inmaculada, capaz de parir ardientes
deseos que hacen amar más y más pero siempre
manteniendo un coito admirable.
Disfrutar la noche hasta que llegue el sueño.
Sí. Ese experto en acallar las voces y en cerrar
los ojos de los amantes cubriendo con bruma sus
vehementes anhelos. Amarra los brazos, esconde
las manos, apaga el fuego y deja huérfanos los labios
al perder sus cálidos besos y… hasta las palabras.
Se marchó la noche. Y también se fueron la luna y
las estrellas, dando paso a una joven mañana
que llegó acompañada de un moderado viento
que acaricio la ventana de la habitación que, para
nada sorprendida, sólo se estremeció ligeramente.
Y me desperté por los sonidos o por el deseo de ti.
Las luces de la estancia estaban apagadas. Mis ojos
escudriñando la oscuridad te buscaron. Lentamente
la luminosidad del alba se hizo evidente y mi alma
certificó con exactitud la realidad: ¡Tú no estabas!
La ansiedad se desvaneció. Sentí una grata placidez.
Era una señal. En mi corazón aún quedan cenizas de
nuestro ayer. ¡Ellas, cada noche, me acompañan!
Amelia Suárez Oquendo
10/03/2024