Tendrás que perdonarme,
Cariño,
si un día de estos,
bajo el infinito cielo estrellado,
le cuento a Dios de tu belleza,
de tu hermoso corazón,
ajeno,
lejano,
distante.
Tendrás que perdonarme,
Cariño,
si de pronto un día,
que no sé cómo ni cuándo,
le reclamo a Dios tu ausencia,
tu lejanía,
tu sobriedad,
tu indiferencia.
Tendrás que perdonarme,
Cariño,
si en ese momento,
cegado de semejante impotencia,
perdiera los estribos,
y entonces el eterno,
me condenara por quererte,
así,
de esta manera,
desmedida,
tercamente.
Tendrás que perdonarme,
Cariño,
si eso sucede,
porque habré revelado nuestro secreto,
este secreto que solo tú y yo sabemos,
y que, en el mejor de los casos,
es el mismo que ha de condenarme al infierno.
por haberte querido así,
con todas mis fuerzas,
tanto como más no puedo,
con esta mente que te sueña,
con estos brazos que te anhelan,
con estas manos que te buscan,
con este corazón tan necio,
tan sediento,
tan soberbio,
tan terco…