Alberto Escobar

Dejo la pluma

 

Aprendo
a pensar 
con el corazón. 

—R.M.Rilke. 

 

 

De fondo una música, 
envolvente, suavizante, 
que viste el aire de sosiego. 
Pienso, pero no existo,
no sale de mí el jugo preciso,
la ocurrencia de antaño
debe de yacer sepultada
en mi mente, en algún resquicio. 
Los hilos que sueltos surgen
de la cita no me dan abasto,
vuelvo al mismo asunto:
La inspiración y sus aristas,
y hago de su ausencia un tema. 
Rilke mezcla en su tesis 
dos palabras: Pensar y corazón, 
y combinarlas en un armónico
existir se me antoja una entelequia. 
A bote pronto se me aparece 
en la mente un recurso poético,
o quizá retórico, el del oxímoron,
se me tercia que estas dos palabras
son agua y aceite, como hermanas
que compiten por el mismo juguete
y nunca se avienen a un acuerdo,
o como un recuerdo un tanto agridulce
en que el agrio y el dulce extienden 
una almohada entre medias de la cama
para evitar la cópula, la palabra. 
Sigue la música en el fondo
sin moverse de su sitio, no sea 
que la aguja que sobre el vinilo tiembla
se salga de la vía y produzca una rayadura.
Sigo pendiente de que el maná
caiga del cielo, preciso de alimento
para llenar el blanco de esta página
que ya pesa, y me pide árnica, sustento.
Trato de pensar con el corazón
pero no puedo, no brota la sangre
suficiente para calentar la materia gris
que ociosa habita mis partes altas, estrellas
de un firmamento que carece de firmeza,
de una consistencia que roza el derrame
y una fiabilidad tocante a la de un zorro
que guarda un gallinero, silencioso.
Dejo la pluma reposar a la orilla
de la página para que reponga fuerzas.
Mientras —hago un inciso— recurro
de urgencia al café y la tostada. 
Un suplemento alimenticio
suele venir de perlas en estos casos...