En el sombrío adiós que marcó su partida,
la muerte se reveló como una sombra helada,
ajena a sus deseos de serenidad,
un refugio en la oscuridad, un fin a su tormento.
En el silencio de la noche, su presencia se cernía,
un recordatorio constante de la fragilidad de la vida,
y aunque intentaba comprenderla, la muerte siempre le resultaba esquiva,
un viaje sin retorno, un silencio eterno.
Amarla nunca fue una opción,
sino más bien una realidad ineludible,
un desafío para aceptar la impermanencia,
la paz ansiada, el último destello.
A través de las lágrimas y el dolor,
buscó respuestas en la oscuridad de la noche,
pero solo encontró un eco vacío,
donde al fin, encontró la calma, el abrazo último.