Te fuiste de madrugada
como quien huye y escapa
y te busqué en el secreto,
lleno de dudas y miedos,
y con llanto en la mirada.
Más no te hallé en la mañana,
ni en el dorso de mi almohada.
Le pregunté a los recuerdos
que me vinieron y fueron,
pero no dijeron nada.
Rememoré tus palabras,
el sentido en que me hablabas,
para encontrar un supuesto
que me dirigiera presto
hacia donde te encontraras.
Y fueron visiones blancas
las que me hablaron calladas
del sitio donde te vieron
portando nubes al cuello
de la mano de unas hadas.
No sé bien si lo buscabas,
no sé si fuiste engañada,
pero esconderte en el cielo
se convirtió en un misterio
como los fueron las hadas.
Y yo robé sus dos alas
a un águila despistada
para alcanzar ese cielo
en un imposible vuelo
por si acaso tú allí estabas.
Lo que descubrí clamaba
a la injusticia y la rabia,
porque un ángel mensajero,
lleno de envidia y de celos,
quiso ser dueño de tu alma.
Como a mí no me esperaba,
ni escuché quién me llamara,
le pregunté al mensajero
con qué juicio pudo hacerlo
que entendiera y razonara.
“El amor es una daga
que te daña y te desangra
a pesar de los esfuerzos
del deber y los deseos
de no hacer mal a la amada”.
Me dijo pues que marchara
y que de ti me olvidara,
que era el dueño de tu tiempo,
que ese sería su empeño,
aunque Dios le castigara.
Dijo que fuiste arrancada
mientras dormida soñabas
y trocó tu sueño a eterno
desvaneciendo tu cuerpo
sin dejar marca en la cama.
Te lloré, y mientras lloraba,
la vida me reclamaba
y mis lágrimas de furia
se convirtieron en lluvia
y volé de nuevo a casa.