Hilvanando un pensamiento
con la mirada perdida,
con dilatada pupila,
en el horizonte, viejo
y nubes grises del cielo
me pregunto: —¿Qué es la muerte?
Y me respondo: —¡Es un trueque…!,
del que, en nombre de Dios, mata,
creyendo que su alma salva
cuando muchos niños mueren.
—¡Hipócritas! Creen ser
los dueños de la verdad
siendo siempre el mismo mal
con almas que cargan hiel
y disparos a la sien.
—¿Qué dicen las escrituras,
que escribieron unas plumas?
—¡Qué existe un gran Dios de amor!
Y en nombre de él va el cañón,
cavando a los niños tumbas.
—¡Embusteros, eso son!
—¿cristianos? Nunca… —¡Jamás!
Se entrenan para matar
en nombre de un «salvador».
—¡Tramoyistas, los de Sion,
con sentimiento sionista,
que matan a tantas vidas
derramando mucha savia
con el filo de una espada
que más odio ella cultiva!
Sobre las tumbas no hay flores
solo lluvia con tristeza,
el temor como trinchera
y el clamor de muchas voces.
—¡Qué se callen los cañones!
Los fusiles… —¡Queden mudos!
—¡Qué terminen tantos lutos
y destrozos inhumanos!
Unid voces y gritamos:
—¡Qué haya paz para este mundo!