Se hizo anciano amando lo que le hacía daño,
escuchando silbar a las ruedas del viento
en el bosque sinfónico del espanto,
recitando versos negros a golpes de tedio
sobre cumbres y ecos lejanos.
En el crepúsculo de su luz fatigada
le rodeó la noche,
en un rito poseído por la mística,
semejante a un trino último de un ave
en el cadalso de la tarde.
Entonces besó el estigma de las mil caras
en el postrero minuto de las últimas preguntas...
Acerca del Dios que no descifraba...
O sobre el polvo de tinieblas
en las penumbras abismales de Satanás...
Que le importaba ya nada de nada,
si el tiempo se le perdía
en el silencio de las respuestas,
y la vida le maldecía en su último adiós
aniquilando el poema con versos suicidas,
mientras esperaba ser polvo en un viento de cenizas
del olvido arrebatado a la memoria.