Ahora se cae la noche tras mi ventana,
otra vez, como tantas veces ayer,
reposando mis pasados desvelos.
Lejos se oyen los ecos del atardecer
vibrando sobre las ondas del mar,
alejándose de las tupidas redes
que extienden el color del miedo.
No amanece aún, pero el sueño ya
me dejó abandonado sobre la almohada,
recordando que hubo un tiempo
en el que la tierra giraba iluminada
para ti, para mí y para ese pedazo de día
que tomábamos prestado para los dos.
Nuestro mundo, nuestro inmenso universo.
Las horas son ahora, apenas fragmentos
de un momento que ya no nos pertenece.
Intento hacer las cosas que los demás
hacen para consumir su existencia,
pero ya no me queda vida que vivir.
Ya ni en el cielo quedan las huellas
de lo que fue haber lanzado los dados
sin que se haya pactado la apuesta.
Ahora los luceros se apagan en la luz
regresan los grillos a dormir el ruido
y los pájaros proliferan su algarabía.
Yertos yacen los pliegues de mis ojos,
mientras mis manos remueven el aire
buscando sujetar la punta del hilo
para empezar a desenrollar otro día.