Me creé mi propio mundo subterráneo,
lleno de raíces, templos, cielos, relámpagos
diurnos. En ellos me enseñaron el hábito
insólito de malinterpretarme. Derrocando
reyes, una espada fue su filo: muslos de mujer
casi atrapados en el tiempo. Desvelé los misterios,
sucumbiendo en mi zona de deshielo, los oráculos
por ser divinos, señales establecidas en el suelo.
Mil poros se abrieron, de nuevo, derritiendo
las placas del invierno. Un suave murmullo
de azaleas, y blancas azucenas, preservando
un cielo compacto de ramilletes purulentos.
Recreé el cielo que habitamos, sobre muros
distantes, tu cuerpo, mi cuerpo, solitarios
en un mundo ajeno-.
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