1
La enseñanza más grande que tengo para daros
es que el sexo no cae.
Se desarrolla, se trasmuta, se hace insensible,
llora, bosteza de aburrido, se libera de más.
Contrae enfermedades, se cura, se arrepiente,
es hombre y es mujer y nada sabe del amor.
Y quiere ser mujer cuando le toca hombre
y quiere ser un hombre cuando le toca niño
y madre quiere ser cuando es mujer
y, si mujer le toca, quiere ser niño,
serpiente o bruja quiere ser y puta
y cualquier cosa quiere ser
con tal de no saber nada de eso.
2
Pero el sexo no cae:
se entrega, se somete,
esclaviza todos sus sentidos,
para permanecer ahí,
oculto o estallando en pedazos,
descuartizado y solo,
erecto y firme, siempre impune,
totalmente abierto a las caricias,
al beso, a la ternura,
o bien casi cerrado, oscuro, blando,
débil, a punto de fracasar en todo
y se encierra en sí mismo
y con una mano se masturba
y con la otra mano espera
y se masturba.
Y llega a parecer que el hombre
muere así, chiquito, empobrecido,
sin nada que decir, sin alma.
3
Y, sin embargo, os digo:
el sexo no cae
y, si sirve de algo,
yo mismo haré de ejemplo.
A veces, también me lo creo:
Soy un hombre, me digo,
soy un gran hombre y, al otro día,
me levanto todo tullido y dolorido
como si un tren cargado
con mercancías peligrosas
me hubiera pasado por encima.
(Del libro La Maestría y Yo, de Miguel Oscar Menassa)