Si te escribo es por inercia,
por su ausencia,
por aquella impotencia
propia de la existencia
de una conciencia
que, con frecuencia,
va más allá de la excelencia.
Si te escribo es por esa miseria,
sentida en su indiferencia,
en la carencia
de esa materia
que compone su apariencia
de tejidos que sentencian
a esta alma mía y su esencia.
Si te escribo es por suplir mi decadencia,
mi insuficiencia,
que, por no olvidar esa experiencia
a la que sus labios dieron correspondencia,
olvidé a conveniencia
cada secuencia,
ignorando sus advertencias.
Solo me queda vivir mi eterna penitencia
por haber cometido el pecado de la imprudencia.