El torrente de la libido
en la cuenca se colma.
Con la excitación a flor de piel,
el deseo se deshoja.
En la cópula
el goce es desmedido.
A el cristal lo fragmentan;
los jadeos y gemidos.
Y en el culmen del placer
a chorros los fluidos.
Al ser un don divino,
se disfruta a plenitud y sin medida.