Iba a escribir un poema
y se me olvidó el comienzo,
no brotará ya otro igual
por muy certera
que sea mi pluma
y lleno de tinta esté el tintero.
Lo he perdido
por una verdadera tontería
y me he quedado
colgando de una luna,
con su espejo dentro.
Trataba sobre el pelo,
con rayas o sin rayas,
con rizos o puntas,
extrafinos o como fideos,
con mechas blancas,
rubias o cenizas
o que se yo,
de la forma que sean,
pero luciendo.
¡Que si que luzcan
de cuerpo entero!
Allí donde estén
que las melenas
sean al viento
y que todos puedan
presumir de pelo
sobre la cabeza
o entrecejo,
para así quitarse de encima
los inservibles complejos.
Si el caso fuera otro
bien distinto
al que aquí contemplo,
no se olviden
quienes de él
no pueden gozar en buen extremo,
que el pelo es un estorbo
y que no hay
como una bola de billar,
para rodar con poco rozamiento
tras de un buen agujero,
por el que engullirse dentro
para brotar a la vida de nuevo.
En Turquía colmatan de nuevo
las cabezas de excelente pelo,
quitan patas de gallo,
insertan dentaduras,
Implantan silicona
hasta en los bajos y senos
y si te aprieta la cintura
con un poco de suerte
te dejan como a Fideo de Mileto,
tocando con su lira,
con ese arte propio de los griegos
que de una roca dura
crean una esbelta señorita,
para colocarla bien risca
a la puerta de un templo,
para que ya de columna
aguante bien el peso,
de un arquitrabe de granito
repleto de signos complejos.