Donde otrora hubo barro,
creció la hierba
y en ella brotaron las primeras margaritas.
Dos amantes cogidos de la mano
avanzaban abriendo una senda.
Se pararon, se miraron a los ojos desnudos,
abrazaron sus cuerpos
y se besaron como si ya todo estuviera dicho.
Un niño jugaba con su perro.
Junto a las flores crecía el afecto.
El viento traía aromas de una primavera recien estrenada,
tras el duro invierno.
A los cristales de una ventana
se asomaba un gato,
augurando que es posible vivir varias vidas
en un mismo cuerpo.