Tierno botón que vendaval azota
Sordos los oídos a su desagarrado clamor
Ciega la vista a su deplorable estado
Tus ajados pétalos recogerá la luz
En un catre tan duro y tan frío
Como ha de ser el ataúd de los muertos
Sobre mi se ciernen sombras perversas
La claridad del día se muestra dura y violenta
Solo me acompañan mis estériles llantos
Cada vez más roncos y débiles
Cada vez menos frecuentes
De noche las pesadillas se incuban
Y al amanecer pronto se materializan
Sin hallar de los gritos sosiego
Ni en mis heridas cura y descanso
Las lágrimas queman mis secas mejillas
Y mi estómago ruge constantemente vacío
En esos umbrales no entiendo por qué
Mi ser con descaro maldices e insultas
Como si fuera causa de repulsión y vergüenza
Por qué de mi sufrir te solazas
Y nadie, nadie de tales excesos se apiada
Ni me concedes un día de paz o de tregua
Pepita de oro incrustada entre roca y carbón
Sordo los oídos a su desgarrador clamor
Ciega la vista a su deplorable estado
Tu valor no decrece a los ojos de Dios
El por qué de tu fratricida vaivén no comprendo
El por qué de tu vozarrón airado no entiendo
Ni por qué tu risa burlona me roe por dentro
Cada vez que tu saña se descarga conmigo
Cuando otros niños hay jugando y riendo
En los parques sin temor de sus padres
De la mano cariñosos tomando a sus madres
Con sus pieles limpias y tersas
Exudando vigor y energía
Mientras mi cuerpo mugroso
Tantas veces golpeado y herido
Es un termitero de incesantes dolores
Y se escurre cabizbajo y medroso
Hasta el rincón más apartado
Rogando en vano el cesar de tu enojo
Humanidad hundida en pútrido fango
Sordos los oídos a su desagarrado clamor
Ciega la vista a su deplorable estado
En cada llegada la coyuntura está
Para su sino poder transmutar