El afán de quererla fue cayendo
y en mi pecho latía sollozante;
pues su forma de ser, tan arrogante,
mi cariño lo fue disminuyendo.
El vacío de su alma percibiendo,
y su gran vanidad desesperante;
me enseñaron que un brillo fulgurante
no costaba el valor de estar sufriendo.
Debe ser atributo de belleza
esa dulce sonrisa que enamora;
la palabra tejida con terneza
y uno ojos con luz de tibia aurora;
que demuestren de espíritu grandeza,
¡que de amor, sus valores atesora!
Autor: Aníbal Rodríguez.