La luna, cual antorcha de plata,
se asoma curiosa en mi ventana.
Enciende la noche estrellada,
ilumina mi rostro, se inclina turbada.
Su voz apacible, suave y grata,
con rayos me acaricia, con su mirada me abraza.
Es una dama de tiempo, sabia en sus palabras,
que ha visto mis lágrimas, atenta a mis plegarias.
Consuela a los poetas, en noches desveladas,
que buscan en su brillo, inspiración aclamada:
“Deja atrás la culpa, que la paz arrebata,
y entiende que hay seres, que, aunque amados, desatan
torbellinos de angustias, heridas que sangran.”
“Suelta la tristeza, que en tu alma se atrapa,
y observa la belleza de cada mañana.
Porque la esperanza, que a veces se tarda,
Como el sol revive detrás de la montaña”
Se despide la luna, dama sabia y amada,
recorre la noche, su luz nunca se apaga.
Se detiene piadosa, en cada ventana,
ofreciendo consuelo, a las almas cansadas.