Avanza lentamente la tarde
dormitando tediosamente con el río,
con sus aguas yacentes,
con su pachorra.
Una barquichuela turba la corriente
que se siente arrullada,
en el sopor aletargado de su siesta
como si fuese un beso tenue.
La quilla se abre paso entre las ocres hojas
mansamente, buscando el crepúsculo
a través de los chopos de las márgenes del río,
ante un viento mudo.
La claridad somnolienta del otoñal sol
se mueve acompasando la barca por la corriente,
sosegadamente,
hacia la puerta secreta de la noche.