Agua salada
de carrizos y juncos,
cuerpos que flotan
sin borrar las huellas
en los encharcados,
es abrumadora tanta libertad,
se encadena el mundo a sus miserias
y yo siempre olvido la última bala.
Cuando los ojos no sonríen
la felicidad se escapa,
se pierde en la noche.
Desde el mirador
la vida se abre camino,
malcarada y malévola,
atentos a la pesadumbre,
clavos grandes de herrero,
guijarros de tres puntas
y alambre con púas;
el agua salada es aire fresco
y cura los pies llagados.
No es un guíón para el cine,
los astros juegan al billar,
una buena alineación,
transparente rutina de invierno
para los forasteros amables
que observan, con otro acento,
el lado bueno del mundo.
La mirada, frente a la nada
y al agua salada.