jvnavarro

AQUEL POBRE LOCO

Babeaba  aquel pobre  loco
de mirada tierna de cordero
que medio andaba entre ajetreos; 
medio cojeaba 
tras poner los pies sobre el suelo;
medio de todo,
vivía una vida a medias 
sin él saberlo.
 
Se sentía el pobre loco, rey,
en aquella su selva 
de asfalto y de cemento;
por allí un mercado de frutas y de verduras;
 una iglesia y un cementerio
con su cruces a cientos. 
 
Un beato daba nombre a la calle
por la que se veía al loco
de vez en cuando cogiendo
estrellas del cielo,
a las que él sacaba brillo
con el filo del cristal
de un trozo de espejo.
 
Corría el loco tras unos niños
que le tiraban piedras
desde lejos,
mientras el gritaba,
me cago en vuestros muertos
y en estos ajetreos
le caía el sudor,
convirtiendo a su cuerpo
en una especie de mar,
sin barcos, ni barqueros,
ni ensenadas ni puertos.
 
Loco en su locura 
 paseaba siempre
entre miedos
y para cuando replicaba
 una campana 
con mucho celo,
volvía el loco a su encierro
 con su cojera y miedos.
 
Iba nuestro pobre loco,
él diligente y diestro 
a por sus  antipsicóticos
para calmar los nervios
y si por alguna de aquellas 
no era día de rezos,
a por su sesión de electrochoques
directos  al cerebro,
para aplacar sus ansias de vida,
delirios y deseos de sexo. 
 
Vivía nuestro loco 
ajeno al mundo 
de quienes se creían cuerdos
y con un cigarrillo en sus labios
de hebra y negro,
que liaba entre temblores
de sus largos dedos negros
como los de un minero,
paseaba su cojera
mientras miraba, 
tal si viera en el firmamento,
algo en sí diferente
a lo que observábamos el resto.