La tarde de un verano que transido,
descubre tu mirada delincuente,
me acecha, me provoca persistente,
un beso que envenena transgredido.
Entonces fue la flecha de Cupido,
capricho de su flecha irreverente,
cumplió con el amor el más ardiente.
Vulcano de mi lado suspendido.
Perdida y sin remedio en esta tarde
y en medio terrenal, voraz conjuro,
es este fuego lento lo que me arde.
Violento palpitar el más oscuro
se queda en mi pecado más cobarde
volviendo a mi sentir de blanco y puro.