A los 10 años comencé a bailar árabe, con la inocencia a esa edad solo quería llegar a bailar con Shakira. En esos tiempos donde no existía la tecnología solo teníamos para distraernos cosas sanas, después de un tiempo subí al escenario con mi vestido rojo que parecía estar hecho a la medida de mis sueños, de mi corazón.
Tenía un público hermoso, radiante. Pasaron unos meses de ese día y me arrebataron esa inocencia, esos sueños solo habían quedado debajo de mi almohada que en las noches era mi compañera, juntaba mis lagrimas y las dejaba en ella para hacerme recordar que por mas que sintiera estar sola ella estaría ahí para acompañarme.
Los días pasaban y ese vestido rojo había quedado colgado como el mejor de mis recuerdos, mi mama intentaba acercarse y yo no podía hacer otra cosa más que huir, por suerte apareció un ángel que me arropo para llevarme con ella, los golpes en casa se habían hecho costumbre y mis rodillas tenían mas marcas que mi corazón.
Después de unos meses, mi abuela que me había llevado a vivir con ella comenzó a hablarme una manera cruel, en ese entonces así lo creía.
Me preparaba el desayuno, y comenzaba a decir “Ser fuerte parece difícil, pero es lo único que nos queda hacer en este mundo siendo mujer”, yo no quería ser fuerte quería que mi inocencia siga intacta, quería volver a dormir de noche y no sentir que quería arrancarme el alma, quería quizás poder sentir por una vez mas que las muñecas eran para mí, que los sueños hundidos podrían renacer, que la vida podría volver a ser mi mejor opción.
Paso un año desde ese entonces, cada domingo comprábamos helado y mirábamos algún que otro canal y relatábamos lo que pasaba, iba a cumplir 12 años en poco tiempo y había un regalo sobre la mesa cuando volví de retirar el helado.
Mi abuela con su mirada tan dulce me dijo “abrirlo ahora, no pasa nada es mentira que si te dan los regalos antes puede pasar algo malo”, me senté y comencé a romperlo y salió un pañuelo rojo deslizándose por mis manos. Era mi preferido y era de ella, tenía su olor.
Por primera vez después de ese año sentía que podía sonreír, aunque sea un poco y me hundí en sus brazos como cada día, pero esa vez fue especial, me había regalado algo que amaba y que era de ella. Los regalos no es lo que llevan dentro siempre son las manos que los dan.
Con el pasar de los años ella se puso a su hombro mis sueños, mis plegarias de cada noche queriendo salir de ese infierno, haciéndome fuerte y consciente. Aceptando que, aunque entre las dos no pudiéramos recuperar esa infancia habíamos hecho un puente de amor para que lo que quedara de esa niña pueda cerrar los ojos y soñar.
Me mude sola a los 21 años, ella me regalo muchas cosas y su sonrisa, su amor seguía exactamente igual que cuando tenia 11 años con la diferencia que yo ya era toda una mujer, su mejor obra había llegado a lograr lo que jamás pensó.
A los 23 años a tan solo 5 días de cumplir los 24 falleció, mi vida volvió a sentir que le arrancaban el corazón, pero ahora ya no estaría ella para repararlo, pero quedaba lo que ella había construido con los años, con esa paciencia y esa sabiduría que muy pocos tuvieron el placer de conocer, o quizás si pero no tanto como yo.
Me puse de negro para despedirla con una pulsera roja, apretándola fuerte cuando quería tirarme en el piso con solo pensar que esos ojos no me iban a mirar más, quedaba en mis recuerdos su amor intacto, tantos helados, tantas risas y retos.
Cuando volví a mudarme sola, aunque había pasado de casa en casa varios años me compre un saquito rojo, lo vi en la vidriera y no pensé mas que en ella, incluso volví con unas rosas en mis brazos riéndome en el camino porque ese color solo me hace acordar al color de mis venas que esa mujer hizo que sintiera cada día con su existencia y aun así a pesar de su partida dejo marcado al rojo vivo su presencia por mi vida.