Una vez yo tuve un perro,
que saltaba sin colita,
de orejas recortaditas
de andares como de cerros.
De pecho sobresalido,
de andares muy señoriales.
Una vez yo tuve un perro
que era casi de salón.
Y no me dirán ustedes
el nombre que se llamo,
y aunque usted no me lo crea,
él se llamaba Platón.