El niño andaba descalzo,
su espíritu le podía
y recorría los campos,
campos de su Andalucía.
El niño no tiene zapatos.
Niño campero del campo,
esencia de la alegría,
siempre corriendo descalzo,
fugado en su fantasía.
El niño no tiene zapatos.
Nunca conoció otro hogar
que el cortijo en que vivía,
el hogar de un señorito
que ni su nombre sabía.
El niño no tiene zapatos.
Pero el niño fue creciendo
y, aunque niño todavía,
a sus padres obligaron
a calzar sus fantasías.
El niño no tiene zapatos.
Al cortijo se acercaron
señoritos de otras villas
para una fiesta de ricos,
ricos que a ricos vigilan.
El niño no tiene zapatos.
El niño que va descalzo
camufla la altanería
que el señorito quisiera
vender a quien le visita.
El niño no tiene zapatos.
¡Poned zapatos al niño!
¡Que modere su osadía!
¡Que cuide del señorito
su empaque y su chulería!
El niño no tiene zapatos.
Niño campero del campo
no cumplas años de vida
pues te pedirán zapatos
por imagen, por envidia.
El niño no tiene zapatos.
Y el niño, sin saber cuándo,
dejó los campos un día,
le calzaron los zapatos
y perdió su fantasía.
Ya el niño tiene zapatos.