Alberto Escobar

Afuera

 

Los libros 
son hijos 
que nacen
muertos. 


—No es mía. 

 

 

A veces salgo.
Las afueras de mí tienen encanto,
tienen un aliciente, la sospecha
de que algo se esconde tras una esquina.
Me produce pasión mirar por el chaflán
de esa calle, espiar el quehacer de quien 
pasa, sorprender el miedo de su mirada, 
retratar a las almas que buscan su diablo.
Fuera se está bien. 
El sol parece decidirse a salir
entremedias de esos dos edificios, 
y una luz, una suerte de bala perdida
entre sus rayos, reverbera contra mí,
contra el cristal que me costra la piel,
contra ese recogerme constante, ese estar
a contracorriente de lo que voy sintiendo. 
Me seduce sentirme ajeno a mí mismo,
extranjero en mi propia patria, 
pieza de una ajedrez cuyos escaques 
están todavía por dibujar, cuya disposición
blanquinegra transgrede toda lógica espacial
hasta inventar un transcurrir nuevo, alternativo,
un pincel de cerdas de cabello de ángel y miel
que da con colores no antes concebidos, inéditos,
inimaginables cual fuere la paleta y el pintor, 
el autor y el libro, la mecánica celeste, la astronomía
de un cielo que nace donde todo se pergeña
y nada se resiente. 
Mis afueras tiene algo, sí, pero no sé qué es.
Salgo, quiebro mi costra ahora que el tiempo
acompaña, no sea que las nubes que al fondo
amenazan se decidan a aguarme la fiesta,
y una alegría inédita, persistente, tímida, 
me va invadiendo, una espeie de escozor leve, 
indeciso, que me garantiza que todo puede ser,
suceder, que la vida es un entimema de luz
cuya premisa elidida es más importante
que aquellas que reciben el negro sobre blanco
—porque no se dice—. 
Voy a meterme dentro, de nuevo.
Hace frío.