Los niños que no usaban cuentos
visten hoy magias a cuadros
a juego con el áspero dragón de su niñez.
Cuando perdidos siguen el rastro de cuentos chinos
sin migas de vuelta atrás.
Y es que tan gato de piso ellos,
tan yetis de parque. Tan delfines
y leones tramoyistas (a jornada completa)
Ellos: tan duendes galliflojos,
tan conejos tuercenaipes, tan orcos picalunas.
Tan alérgicos al rock...
Alas secas de mariposa y huesos por libre
cuelgan en la pared de sus habitaciones secretas.
Un dos, tic tac, un dos, tic tac...
Sus latidos de percusión desfilan
al croar de ranas perennes
y desencantadas. Enanos grandes
tras manzanas tóxicas
hipotecadas al árbol de los ojos hundidos.
Y viven y mueren.
Y mueren y viven
al son de banderas impermeables al viento,
de reinos piramidales
o brujas herederas
de algún holding de escobas.
Los niños que no usaban cuentos cazan hoy
ballenas invisibles
con sus afilados corazones
de estalagmita inoxidable.
Y son ese pirata cojo
y desfasado detrás del espejo,
y tienen raptor-socios con la boca enorme
llena de colmillos desmontables
y siguen apostando por el latifundismo
especulativo de la calabaza feliz,
invirtiendo hasta el último céntimo de sus sueños
en la industria cárnica del unicornio.