Josefina Barreto

DE CARNE Y HUESO

Mi cristo es de carne y hueso.

Él no reina en ningún trono

ni me mira desde el cielo;

no está en un altar de oro,

ni clavado en un madero.

Y no le cubren el rostro ningún manto, ningún velo;

no se oculta, él da la cara. Sufre y llora

y su alma se desgarra

observando en una esquina a quien llaman “pecadora”.

Mi cristo es de carne y hueso;

no de mármol, ni madera;

él nunca le pone precio a la salvación eterna.

No le mueven las limosnas,

ni los cantos, ni los rezos.

No le duele ni el costado ni la corona de espinas;

lo que le duele y lastima

es ver que le han convertido

en un rito, en un objeto,

en el perfecto pretexto del temor y la vergüenza,

en la división eterna entre lo malo y lo bueno.

Mi cristo es de carne y hueso;

él  me escucha con paciencia

y respeta mi silencio.

No me juzga, ni condena, ni pide golpes de pecho,

ni diezmos, ni penitencias.

Yo le amo y le respeto

no por rancias tradiciones, ni por temor al infierno.

Él habita en mi interior, yo le contemplo en mi espejo

y refleja su mirada en algún niño travieso,

una madre o en un hermano,

un anciano, algún enfermo.

Y las flores y la lluvia me repiten su palabra.

Y su ley es el perdón y el amor es su enseñanza;

y vive en mi corazón

a imagen y semejanza.

Es testigo de la fe y el cariño que le expreso

porque él, al igual que yo,

¡también es de carne y hueso!