Te deseo,
como la carne invisible del aguacero
prende el exterior de la noche,
con la tinta oscura de tus ojos
que dibuja mi aliento
a la misma presión del diamante,
cuando los vigías del péndulo alzan
tus pezones calcinados de miel,
brutal paisaje de distancias,
rara piel de laberintos,
el crujir de tus huesos
son islas de amapolas
cegadas por la luz,
donde persevera en presencias,
el insumiso reclamo
de nuestras almas,
curvando horizontes
en la eternidad caótica
de tu ser.