Dulce Virgen María, Madre de Dios.
Escuchando tus oraciones,
no puedo soportar más tus gritos de agonía.
Me resultaría mucho más fácil sufrir, si fuera mi agonía,
verte llorar me duele hasta el fondo del alma.
Viendo tus lágrimas caer, manchando
tu reluciente vestido azul de rojo,
como sangre fluyendo desde tus ojos.
Ver las venas de tu hijo formando riachuelos
desde la base de la cruz,
viendo todo esto, Virgen Madre, lloro por los dos,
incapaz de olvidar vuestros rostros
luchando por resistir el dolor mutuo, la fatiga y la tristeza.
Que quieren nada más que el fin de la tortura,
el dolor lo comparto con ustedes,
y se convierte en el mío.
Pero ya entiendes todo esto Madre María,
estás justamente de rodillas,
resplandeciente en tu vestido azul y blanco,
ahora sangriento.
Cubierto por las lágrimas
de tu luto, la sangre que brotó
de tu amado hijo.
Sin embargo, eres aún más hermosa en tu duelo
llevando la corona de halo resplandeciente
que es tu divinidad.
Escucha al halcón y siéntete tranquila,
no te preocupes, Llegará el día en que todos
te volveremos a ver, en tu vestido
más azul que el cielo.
Tu cara con una hermosa sonrisa,
otra vez tus ojos iluminarán las estrellas
y felices brillarán hasta la eternidad.