En la penumbra de la humanidad, donde los corazones se desgastan y las almas se desgarran, y el egoísmo florece como una plaga, hallé mi refugio para justificar mi odio .
Detesto a la humanidad por su crueldad disfrazada de sonrisas, por guerras sin sentido y por una codicia insaciable. Su indiferencia ante el sufrimiento ajeno que hiere profundamente.
Contemplo sus mentiras, tejidas con hilos de corrupción, y sus promesas rotas, como cristales frágiles. Sus corazones endurecidos por el tiempo y su falta de compasión hacia los débiles y me llenan de desesperanza.
La humanidad es un abismo oscuro, donde la bondad se ahoga en la marea de la avaricia. La empatía se desvanece como una vela apagada, y la esperanza se desmorona como un castillo de arena.
Así que me retiro a mi rincón de misantropía, donde las personas no juzgan y el viento susurra sus secretos. Allí encuentro paz en la soledad, aunque mi corazón esté endurecido y mi alma fatigada.
Quizás algún día, la humanidad cambiará y se elevará por encima de su propia oscuridad. Hasta entonces, permanezco aquí, observando desde las sombras, justificando mi odio aunque muy en el fondo no quiera odiar.