Un hombre tomó una piedra,
la examinó cuidadosamente
y la arrojó con desdén.
- Ciertamente una piedra inútil.
Dijo para sí.
Y cuál no fue su sorpresa
cuando lo reprendió la sabia piedra.
- ¡Pobre hombrecito arrogante!
Juzgas defectuoso
lo que tu voluntad no puede usar.
¿Cómo te atreves a negar
la perfección de la obra de Dios?
Yo soy perfecta,
porque no soy
ni más ni menos que una piedra,
otro propósito tiene mi existencia;
y tú, hombrecito vanidoso y efímero,
tienes que entender
que no todo en el mundo está aquí
para servirte a ti.
Admire usted hasta la cosa más humilde
del mejor de los mundos posibles.