Vos me tenés
rehén de tus quietudes y tus matices más oscuras,
pero me tenés.
Tenés la cordura y la madurez para despreciarme y quizás no fue muy sano de mi parte;
arrancarme el corazón
y desangrarme a tus pies.
Tus zapatos no son dignos de mancharse con mi sangre,
con mis huesos, con mi piel.
Tenés la infantil ilusión que tus mentiras no son motivo de dolor,
escucha un segundo mi corazón,
verás que aún late, aún cuando le has clavado las uñas y has cosido tu nombre en él...
Tristeza inoportuna,
pues dejaste heridas
y te olvidaste de curarlas.