Me refugio en tus ojos profundos
de hierro, como verdes espinos,
cuando busco en silencio escaparme del mundo…
Se detienen los astros. Y luceros, inmóviles,
nos invitan estáticos a observarnos ardientes…
Y escuchándote atento en mi espacio galáctico,
mientras dices con fuerza: “¡dime el verbo secreto que dijiste una vez!”,
me estremezco, temblando,
porque temo que acaso, lo repita de nuevo,
extasiado en tus manos de brillante marfil…
Y es que soy como el aire del mundo,
que rodea universos y navega entre océanos:
fuerte, débil, intrépido, leve, estúpido, inane…
tantas cosas al tiempo, que me cuesta mil mundos
repetir aquel verbo que sostuve una vez,
cuando tú no existías en mi vida de ayer
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Y, entretanto, tus ojos, que contemplo en silencio,
van haciendo camino persuadiéndome impávidos,
sosegando mis miedos hacia el verbo de ayer…
Y es posible que un día lo repita otra vez
susurrando tu nombre, en penumbra tal vez,
y consigan tus besos lo que nunca pensé:
pronunciar ya sin miedo aquel verbo otra vez
y abrazarte con fuerza, con denuedo, con fe…