Era un ángel muy cansado
que vagaba por el cielo,
con sus alas lastimadas
y sangrando por su pecho.
Era el ángel de los niños
que en la guerra y en sus pueblos,
soportaban la dureza
de los odios y del miedo.
Era un ángel que lloraba
por los hombres y los sueños,
de los niños y mayores
que vivían un infierno.
Era un ángel sin palabras
y su voz era el silencio,
con caricias de unos ojos
y un abrazo muy sincero.
Era un ángel, simplemente,
el guardián de los pequeños,
que volaba, derrotado,
y lloraba sin remedio.
Rafael Sánchez Ortega ©
02/04/24