Y yo que creía saberlo todo,
ahora no entiendo nada.
Me concentro y desespero,
me aparezco
e inevitablemente desaparezco.
Mis deseos
se vuelven cada vez más hipotéticos,
mis proyecciones del futuro,
se vuelven cada vez más lejanas de mi presente.
Lo que en sueños fue tumulto,
al despertar es quietud.
Me pierdo en afanes que no existen,
o que no me pertenecen.
Silenciando la parte de mí,
que sí persiste en el intento.
Sofocarme con placeres
más vertiginosos que el vacío,
derrapando en calles desiertas.
Convirtiéndome en la expresión de la monotonía.
Cuán infortunado fui
al haber encarnado el deseo,
cuán estúpido fui
al haber creído que era mi propósito.
Más aún ahora,
que sólo me queda champa seca
y soy un pestañeo de este eterno temporizador,
me arrepiento de haber sido
un ejemplo más
del infame fanatismo.
Y aunque nació
queriendo ser noble,
se transformó en su eterno rival:
en gruesas cadenas.
Y acá sentado,
presenciado con desgana
el indecoroso fracaso,
me atrevo a preguntar
y me animo a afirmar:
¿Puede volverse,
algo tan impasible como el tiempo,
violento y desenfrenado?
Puede.