El roce del tiempo ha ido desgastando mis primeros pasos detrás de tus pasitos, y nuestra lucha codo con codito está cerca de alcanzar su desenlace. Teniendo en cuenta el tortuoso inicio de nuestra mágica aventura, en el que comencé a buscarte sin saber ni por donde empezar, podría decirse que no nos ha ido nada mal.
Ni yo mismo daba un duro por poder estar contigo y el muro de circunstancias levantado entre nosotros se me antojaba inabordable por entonces. Creí haberme vuelto loco al mecer una cuna vacía bajo la esperanza de asomarme y verte durmiendo dentro, pero cada vez que miraba seguía vacía, vacía de tus ojos y tu risa, hueca de tu despertar. Cuando asimilé tu ausencia mis sueños ya llevaban un siglo sin dar señales de vida.
Sin pretensiones de hacerme la víctima o el héroe, pues ya sabes que ese no es mi estilo y cuando me caigo, me vuelvo a levantar sin buscar excusas en lo primero ni gloria en lo segundo, me lancé a la desesperada en tu búsqueda porque nada tenía que perder y un universo por ganar. Por eso los astros se confabularon a mi favor, empujándome hacia tus manos y poniéndome en tu camino, porque no hay obstáculo que se interponga ante el amor cuando se ama por amar, sin más ambición que la aplicada al corazón.
Después de todo, ahora que somos almas paralelas, sé que nada me podrá separar de ti. Aún cuando decidas volar por tu cuenta, siempre llevarás contigo la parte más descarnada de mi esencia. Esta maravillosa aventura, llena de riesgos, como corresponde a cualquier aventura que se precie, no habría sido posible sin el acecho del desastre, pero siempre le hemos dado esquinazo para salir indemnes y la cooperación, en aras de mantenernos unidos, ha terminado dando sus flores y sus frutos.
Se nos agotan las hadas y nuestro tiempo de juegos e inocencia pasará a la historia, pero siempre los mantendré guardados en el joyero de los recuerdos, al fondo del cajón de los diamantes.