Siento la tarde serena, que canta y que llora.
Y escucho el canto, del ave canora.
Tengo en mi alma, la imagen del viento
que prodiga la calma.
El ruido de las hojas, en la espesura.
Rumores divinos de frondas oscuras.
Miro el ocaso, pintando con tiernos
y dulces colores, el cielo, las nubes,
la tierra, las flores.
Este encanto, sencillo y divino,
del sol que al morirse nos regala
sus bellos rayos color de amaranto.
Siento el perfume, el llanto y la risa
del tierno y delicado morir vespertino.