Veo el mundo, el mundo que se reduce a mi calle y los 5 pelados que tengo de amigos y que nunca veo, veo el mundo y a veces me parece pequeño o es que sé que aquello que no veo es inmenso.
En ese mundo, en esa calle yo tenía otro amigo, un amigo enojado, siempre enojado por el mundo que ve y aún más por el que imagina.
Siempre quise estar cerca, en el fondo pensaba que algo valía la pena, pero el enojo tiene un peso monumental en los humanos y si estamos cerca nos aplasta.
Caminé lentamente hacia la orilla y seguí mi camino, mi camino que a veces tiene enojos, aún en ese mundo pequeño que veo siempre hay algo para enojarse si se quiere, pero veo las caras de quienes viven en mi calle, esa calle interna del alma y decido la gratitud, no porque yo sea buena o mejor, sino porque veo la soledad y las personas adoloridas que la cargan y siempre, siempre están enojadas.
Me fui al punto de una conversación, algo dentro susurró ¡suficiente! y las palabras se acabaron, dije adiós en una frase trillada, no valía ya ningún esfuerzo, todo lo entendí en ese reducido momento, yo no era amiga ni era nada, era un blanco más para su insatisfacción, su enojo nunca tendría fin porque su mundo, ese pequeño mundo que cada uno tiene y ve, a él no le gustaba, y yo era parte de ese mundo, un mundo en el que nada tiene valor ni resulta suficiente.