¡Oh suntuoso semblante!,
cabello ardiente, tez serena,
dientes brillantes
como luceros resplandecientes,
iris abierto, verdor de pradera.
Valles sin profanar
mirad esa belleza
que hace ensombrecer la tierra;
girar las galaxias,
esconderse la fealdad y la malicia,
oscurantismo de nuestra vida.
Los mejores vinos se descorchan
para ofrecerte sus caldos
de pasiones embriagadas,
acompañantes de fiestas
desde tiempos ancestrales.
Eres el sueño de las hierbas risueñas del prado,
armonía de colibrí cruzando el páramo,
dándole verdor y alegría.
Lo yermo revive, con tu resplandor de belleza.
Burbujas de setos, hay en nuestra casa,
donde brillan los muebles de parafina,
suelos embellecidos con nuestro calor,
y rincones que ya no hablan, han enmudecido,
con la fragancia de nuestro amor.
Soy fosforescencia de invierno en tu pelo,
el que hace palpitar tus manos con caricias
de terciopelo, soy tu alma viviendo en mundos
de ópera de Mozart, el origen de tu vida.
Soy tu sujetador embelesado
en tus ubres de pecado,
soy tu gato y te persigo,
como a los ratones vagabundos;
una esmeralda en tu cielo de olor a incienso.
Soy una serpiente deambulando
por el paraíso de tu cuerpo,
entonces,
se estrechan las calles, los portales se abren
se acelera el ritmo de tu arroyo, vergel mío.
Con nuestro amor somos consoladores
de amantes frustrados, maridos
que ya no viven atormentados, los hemos endiosado,
contaminado de nuestro brillo, rojo, intenso,
como las rosas en el paraíso de tu cuerpo.
Somos los acompañantes de una orilla solitaria
bailando sobre tu sexo, como se baila un tango;
amado destino que surge, en cualquier descampado.