No se si me enamoré yo de una estrella
o la estrella está de mi enamorada.
Los dos nos miramos
y de nuestros ojos saltan llamas,
se nos pone la carne de gallina
y las manos bien cogidas
se nos atenazan.
No se si la estrella
que de amor me mata
está cosida en la solapa
de una vieja casaca
o por el cielo ella vaga
en las noches en que observamos
lo que por allí arriba pasa.
A veces no se si es una cerveza
bien dorada (1)
o es la causa
un golpe fuerte en la cabeza
que me hace ver
un mar de estrellas congeladas;
no lo se y es por ello
que son muchas las dudas
que me acompañan
para cuando miro una estrella
y veo que ésta de mi se marcha.
Una estrella en el paseo de la fama
de Hollywood (2) es una pasada
y una estrella enana blanca (3)
es algo parecido a un mechero sin carga.
O un poema
que se levanta querido
de la cama
y para cuando se acuesta
resulta que le han cardado ya la lana (4)
Mil estrellas en una olla cerrada
a punto de ebullición equivalen
a una noche encantada
en la que el cielo se puebla de luces
y cada una de ellas
tiene su singular gracia.
Y con esto y sin más historias raras
cierro y me voy de cine de verano
de esos que se llaman de terraza,
antes de que comience la sesión de noche
y se llene de estrellas la pantalla.