Manuel Valles

Aldeas de Galicia

a Angel Artai

 

Miro tus aldeas, 

caídas por el peso del tiempo;

miro los castaños que el invierno

desnuda

con su alba lengua,

con su impúdica llama de hielo;

y entre la hojarasca

de tus árboles centenarios,

mis pies trizan un pequeño 

y seco ramillete de historias.

 

Mi vida es andar,

abrir veredas

para que por ellas pasen,

sin contratiempos, los días;

días de luz y de sombras

que juegan entre las grietas

de las piedras, como arañas;

piedras que lloran en los tiempos de lluvia

igual que lloran mis ojos

al ver la presencia altiva

de un hórreo esperando, cual vigía,

el asomo de algún viandante

extraviado.

 

No he visto paisaje más hermoso 

en el mundo, 

que este de tus aldeas, Galicia,

perdidas entre ríos y valles,

entre puentes de piedra

y hiedras que crecen

con vocación maternal,

acunando la tristeza de las casas.

 

Encima de las ortigas

-diminutos ejércitos que atacan y hieren-

va uno dejando sus huellas.

 

Siempre existe la presencia de alguien,

de un ser que dejó abandonados

sus pasos 

junto a un molino viejo que duerme,

huérfano de agua y semillas;

siempre deja uno el sudor de sus manos

en el vidrio tembloroso y roto

de una ventana

o en la puerta entreabierta que siempre espera

el rumor de un viento suave

que converse con ella.

 

Cae la noche,

a veces como un hueco que me mira,

otras tantas como un manto

que me cobija el sueño.

Y allí quedo, abrazando al silencio,

esperando que el amanecer de tus aldeas

me deje húmedas las mejillas

y el alma colmada de dichas.