Un día cualquiera
el más infeliz de los poemas
de aquellos que los poetas escriben
querrá echar a volar,
se querrá ir el solo
hasta allí donde los versos
se oyen y retumban,
entre ecos prolongados
que van por el aire pregonando
sus palabras más crudas.
Un día todas los sinónimos juntos
que tienen que ver con la tristeza
formarán una catarata de letras y sílabas
y será su vida
un constante caer de palabras muy agudas
desde las alturas,
para renacer una y otra vez
allí donde brota de nuevo la vida.
Un día con los desconsuelos y amarguras
aflorando de esas aguas
tan llenas de melancolías,
alguien construirá un mundo de quebrantos,
para que circulen por esos sus carriles de la vida
los deprimentes lamentos,
en una procesión presidida
por los pesares y pesadumbres
teniendo como penitentes
que acompañan al señor de la tristeza
a las tribulaciones y desdichas.
Por allí todo en perfecto orden
los abatimientos y desasosiegos
en segunda fila,
seguidos a poca distancia
por las aflicción y morriñas
y en ese transitar el dolor y el sufrimiento
surgiendo por las esquinas,
entre consternaciones y nostalgias
de sus fieles e incondicionales amigas,
las soledades más profundas,
que sentadas miran
pasar cerrando filas
a las melarchías,
en un desafortunado día,
en que los deplorables lloros se oirán,
así todo fuera un caminar de las animas
en su última búsqueda de una tranquila sepultura.
Todo muy lamentable y sombrío lo de este poema,
tan lúgubre,
que los infelices vagabundos
que en los parques entre hojarascas
con botellas de vino se animan,
se congratulan de que hayan personas
más desgraciados que ellos todavía.