En la vasta tela de nuestra existencia, surge un trazo fortuito, un despliegue de matices que emergen sin previo aviso.La belleza de lo inopinado, dádiva del azar,brota como un vergel celestial, puro y singular.
Un cruce de caminos bajo el pálido resplandor lunar, dos espíritus que se entrelazan en casual conjunción estelar. Una carcajada que irrumpe, libre de causa y medida, es la dicha espontánea, la quintaesencia de la vida.
Un aguacero que nos toma desprevenidos en jornada estival,
bailarinas acuáticas, el firmamento ha decidido llorar.
El perfume de la tierra mojada, el soplo de aire renovado, el canto de la naturaleza, su encanto nos ha sido confiado.
Una correspondencia inesperada que en nuestro umbral se posa, frases que envuelven, sanan y siembran esperanza. La mano fraternal de un compañero leal, el calor de un abrazo, refugio incondicional.
La suerte de descubrir un preciado bien oculto, en los rincones más humildes, allí donde menos se ha buscado. Una melodía que se balancea en la brisa, la sinfonía de la existencia, que en el alma se eterniza.
Tal es la belleza de aquello que sin aviso se nos revela, un susurro cósmico, un encantamiento que nos envuelve. Valoremos cada sorpresa, cada segundo obsequiado,
pues en lo inesperado, se halla lo más preciado.