Sabía de esas esquinas de piedra
que dejan resquicios para los vientos
y observan las rezongas de las calles
ateridas de frío.
Los pobladores enmudecen
ignorando esas luces apagadas,
olvidadas de dioses cansados
que no miran.
Desde una ventana mira el niño,
en apretado silencio, lo opresor
de las sombras que han llegado
repentinamente.
Caen las hojas como los días pasan
y lo obligan a ser hombre en vida
a lo que no puede negarse; no obstante
el quisiera seguir jugando sus juegos
y ser niño.
De mi libro “De poemas que morían”. 2017 ISBN 987-4004-38-3