Soy pecador. . . ¡Soy nada!, pero aspiro
a unirme a ti, contrito y humillado. Jamás me retraerá ningún pecado,
de aspirar a tu pecho y tu respiro.
Yo mismo, en mi interior, me lo reprendo;
me auguro no escapar más de tu ira:
más, tú dentro de mí, gritas: “¡Aspira!
¡Aspira a unirte a mí!”. . . No lo comprendo.
¿Quién puede comprender tanta insistencia?
¿Quién, tan dilecto amor?. . . Nadie, yo pienso.
¡Señor.! . . . Aunque en verdad sigo atenido,
a tu misericordia y tu paciencia:
¡haz mi deseo de ti, constante, inmenso,
hasta que cese mi último latido!