~ * ~Sinopsis:
~ * ~Juan de la Caridad trabaja día a día, de sol a sol y todos los días, dando la cara al sol, pero, un día su vida se llena de incertidumbre cuando ocurre el retiro…
Sucesos:
La Hacienda La Montaña, una hacienda que se dedica a extraer azúcar del bambú en los adentros del monte realiza una convocatoria para contratar empleados para la Hacienda La Montaña. Juan de la Caridad va de rumbo en busca de trabajo y se acerca a la Hacienda La Montaña a observar que hay una convocatoria para emplear trabajadores con machete para la recolecta de la cosecha del azúcar en el bambú. Juan de la Caridad presiente, persiste e insiste en tomar el empleo y laborar de sol a sol, día a día y de cara al sol por la caña de azúcar en el bambú. Juan de la Caridad de mediana edad desea laborar para poder mantener a su familia y comienza la faena del día y con la cara al sol a laborar, extraer y recolectar la cosecha del bambú con el azúcar. La caña de azúcar, una hierba alta, sólo produce un alto contenido de azúcar y es la recolecta más cara de toda la historia en la Hacienda La Montaña. La vida de Juan de la Caridad se convierte en un trance fabuloso, mágico, trascendental e intrínseco cuando libera poros y toxinas bajo ese sol candente de medio día y del atardecer cuando labora como recolector de la caña de azúcar del bambú en la Hacienda La Montaña. La vida de Juan de la Caridad se torna exasperante, sudorosa, llena y extrayendo poros sudoríparos por laborar bajo el sol candente en la Hacienda La Montaña. La vida transcurre como el tiempo pasa, la vida, la piel y el sudor para Juan de la Caridad le hacen la vida imposible por poder vivir. Juan de la Caridad prosigue su deseo en laborar de sol a sol por el bienestar, la salud y la buena convivencia de su propia familia. La vida empieza a electrizar un suburbio en el corazón dejando débilmente a la vida, a la piel, al cuerpo y a los ojos por el sol candente castigando permanentemente a los ojos de Juan de la Caridad. La vida de Juan de la Caridad, un joven con familia se dedica fielmente a recolectar el azúcar del bambú en la Hacienda La Montaña. La vida comienza a decaer, a ser frágil, a ser débil, pero, el mundo conspira para que Juan de la Caridad pueda sobrevivir y mantener a su familia con laborar de sol a sol recolectando azúcar de los bambúes. Juan de la Caridad labora extendidamente toda su vida bajo el sol candente, sereno o lluvia, pero, es más fuerte laborar de sol a sol, día a día por recolectar la caña de azúcar y del bambú. Juan de la Caridad comienza a creer que su mundo se hace pequeño y que el sol renace y se agranda más. Nadie puede con el gigante sol, con sus rayos intermitentes, pero, perennes en el tiempo, muy caluroso, candente de luz y energía normal en los días soleados donde más se recolecta la caña de azúcar. El bambú o caña de azúcar, una hierba alta produciendo azúcar es altamente eficaz para la producción y de cara al sol labora Juan de la Caridad para llevar, traer y mantener el sustento de su hogar y para su familia. La vida atormenta cuando el sol se interpone en energía y luz haciendo sudar en exceso a Juan de la Caridad y haciendo perder vida, piel, cuerpo, salud y ojos, pero, a él no le importa, aún, sólo desea trabajar y llevar el sustento a su hogar. Juan de la Caridad se perfila como el empleado de más alto rendimiento en recolectar la azúcar del bambú. El café y otros productos son de menor producción, pero, la caña de azúcar es lo primordial. Juan de la Caridad se convierte en el empleado número uno de la Hacienda La Montaña y La Montaña lo reconoce como un buen servidor en su área de labor sucumbiendo en un buen rendimiento laborar. Un día, de cara al sol, el sol lo mira a los ojos y lo observa como es petrificar la luz en su piel, en el cuerpo y más en los ojos de Juan de la Caridad. Él, sin darse cuenta y sin percatarse, la luz llega hasta sus propias retinas rompiendo el iris y a la niña de sus ojos con un dolor de débil a fuerte contra la luz de ese propio sol. Juan de la Caridad y de cara al sol como siempre se debate en ser la fuerza trabajadora para la hacienda La Montaña y más para la recolecta del azúcar en el bambú. Juan de la Caridad toma su machete en mano, y se dirigió hacia la recoleta del azúcar con los bambúes.
Juan de la Caridad con machete en mano, sólo, piensa en realizar su trabajo ordenadamente y tan eficaz con el mejor rendimiento para la Hacienda La Montaña. Un día en el trabajo recolectando la caña de azúcar, una joven hermosa le ofrece un café tan cálido como el mismo sol y de sol a sol es que Juan de la Caridad labora para poder mantener a su familia. La joven hermosa se llama Julia y está enamorada perdidamente del amigo de Juan de la Caridad. La jovenzuela llega de juventud, hermosura, viveza y muy elocuente le cuenta todo a Juan de la Caridad que se halla enamorada del amigo y que éste no le corresponde. La joven de tez morena, curtida y bronceada por el sol, es una joven casi analfabeta que para éste tiempo posee una débil educación, pero, así ama al amigo de Juan de la Caridad. Juan de la Caridad aconseja a la jovenzuela en continuar a amar, a pesar de la circunstancia que le rodea cuando el amor está sin corresponder. La jovenzuela que reparte el café a los trabajadores de la Hacienda La Montaña se ve en la encrucijada penitente, abatida, adolorida y malherida por no tener amor en su corazón y sin ser correspondida se debate en una espera inesperada porque ese amor le pueda corresponder. La Hacienda La Montaña se exaspera por una alta producción en el comercio y sin tener con qué pagar a otros empleados la labor ardua de Juan de la Caridad se convierte en doble labor bajo el sol candente y de cara al sol dando siempre su cara al sol. Juan de la Caridad lleva una ardua labor bajo el mismo sol, bajo la cara al sol, y bajo la candente luz que le atemoriza y espanta en la misma piel, pero, el sudor y los poros abiertos y las glándulas sudoríparas le hacen la vida más difícil. Mientras que Julia reparte el café y los trabajadores lo toman, la jovenzuela y tan elocuente continúa la gran amistad con Juan de la Caridad y le expresa más de la vida íntima de ella con su mejor amigo. Y Juan de la Caridad le toma aprecio a la muchacha cuando dialogan de todo. Y Juan de la Caridad regresa a su ardua labor y tan ávida como el tormento del sudor en la piel por un trabajo de cara al sol. Y Juan de la Caridad labora de sol a sol, día a día, y de un tormento hacia otro tormento, y bronceado y curtido por el sol, va sin rumbo con machete en mano hacia el pastizal de hierba alta a recolectar la caña de azúcar o el bambú de azúcar para la gran cosecha de la Hacienda La Montaña. La Hacienda La Montaña declara que la cosecha es un total éxito, y que en el venidero instante se convierte en una gran producción para el azúcar de bambú en el pueblo. Y Juan de la Caridad es el precursor de esa buena cosecha y el trabajador de alto rendimiento en la Hacienda La Montaña. La vida de Juan de la Caridad se torna intrínsecamente exacta con una claridad y eficacia indeleble al trabajo y a la labor día a día, de sol a sol y de cara al sol. La esencia y la presencia de Juan de la Caridad en la Hacienda La Montaña se torna exasperante como el mismo sudor bajo el cálido sol que trabaja con machete en mano recolectando la caña de azúcar de un bambú, el cual, posee la mayor producción de azúcar. La vida de Juan de la Caridad por conocer a Julia y la intimidad con su mejor amigo se torna exasperante cuando al traer café conversan nuevamente de su vida y de la vida de su mejor amigo. La vida petrifica el mal desenlace de caer bajo el mismo sol y laborar día a día, de sol a sol y de cara al sol. La vida y la forma por trabajar bajo el sol, Juan de la Caridad se ve directamente a los ojos con el sol a cuestas de un sol de mayo cuando alberga calor y más cálida luz que se convierte la razón por un corazón fatigado, cansado y débil con machete en mano labora día a día en la Hacienda La Montaña para obtener ganancia y sustento para su familia. La vida para Juan de la Caridad sintiendo el sol a cuestas lo hace más vulnerable y sus ojos pierden lucidez por un sol tan fuerte que suda lo que produce laborando día a día y sol a sol con la cara al sol por obtener mayor recolecta y poder ser el mejor trabajador de la Hacienda La Montaña.
Juan de la Caridad en un día de arduo trabajo, sólo, siente correr por su piel las gotas de sudor por un trabajo inmenso, tenaz y audaz y con machete en mano se cuece la voluntad de ese sol a cuestas y tan curtido en el mes de mayo y que comienza a dar y a ofrecer un sudor inerte y tan trascendente como la misma energía de ese sol que observa a Juan de la Caridad laborar bajo el candente sol y de sol a sol y en día a día. Juan de la Caridad se aferra al sol y sus ojos casi ciegos por el resplandeciente sol, sólo mira a su alrededor como si fuera el único trabajador que labora de sol a sol, y en día a día, sucumbiendo en un trance casi inerte, inmóvil y con deseos de tomar un trago de agua para refrescar a su cuerpo lo hace y toma un vaso de agua, y le cae como gota fría en un cuerpo candente, caluroso, cálido y curtido por el sol de mayo en la Hacienda La Montaña. Juan de la Caridad, sólo, alucina cuando el sol penetra en su piel devastada por el sol curtido de mayo y el sudor arde más en la piel. El joven alucina bajo el sol candente laborando día a día, de sol a sol y de cara al sol alucinando como fiebre ardiente y vehemente en la misma piel. Juan de la Caridad con machete en mano alucina, divaga bajo el mismo sol que penetra en su piel y en sus ojos por ser un trabajador arduo, tenaz, rudo y tan raudo con el machete en que sólo recolecta a la cosecha de azúcar de los bambúes en la Hacienda La Montaña. Juan de la Caridad se atreve a desafiar el tiempo, al sol en su piel, a la alucinación en su cabeza y al tiempo que corroe, que oxida, que suda y como la fiebre vehemente se encierra, se amarra, se ata y se petrifica el sudor y el sol en la piel. El joven trabajador con machete en mano alucina bajo el sol candente por extraer la azúcar de la caña de azúcar y de los bambúes. ¿Qué alucina el joven Juan de la Caridad?, pues, no se sabe, casi cae desmayado, abatido, adolorido, sufrido, enaltecido y con fiebre delirando el cuerpo, el físico y más la piel y con el sol a cuestas de la sola razón se debate entre mejorar o empeorar un sol candente que penetra en su piel y más en su cuerpo, sólo, con una guayabera casi abierta con las mangas enrolladas al codo de ¾. Cuando en el afán se convierte en un hombre sudoroso, trabajador, de un dolor inocuo y muy trascendental. La vida inerte, inmóvil, como ese sol directo, a cuestas de la sola soledad cuando con machete en mano y con un silencio inmóvil e inerte corta la caña de azúcar del bambú, y la alucinación se debate entre risas y carcajadas de una fiebre inocua, pero, muy candente e inoperante como el temor a un sólo sudor incierto, y Juan de la Caridad sólo se encierra en el temor y en la fría alucinación de creer en el combate de dar una sola fría señal. Juan de la Caridad se aferra a la alucinación y al frío inestable en poder creer en el alma desierta de una fiebre sudorosa y tan candente como el mismo sol. Y, Juan de la Caridad, laborando de sol a sol, día a día, obtuvo de cara al sol una labor, un trabajo muy sudoroso y con una fiebre incontrolable se debate entre la osadía de atraer a su mundo una sola verdad inocua. Porque Juan de la Caridad a la verdad que se cree y se siente como el sudor fuerte entre la piel y el cuerpo y se entristece por todo y por tanto que queda como todo un sol abierto con rayos incandescentes y que se atraviesan a decir, a expresar y a sentir la fuerza de la fiebre en el mismo cuerpo. Y, por delante, de la existencia se debe a que el silencio autónomo de la verdad se entristeció de un sólo espanto cuando la fiebre comenzó a delirar en el cuerpo y más entre la piel y el desastre. Cuando en el alma se sintió como la fuerza y como la ira grave en sentir en la fuerza por amar inconscientemente y deliberadamente con esa alucinación cortando a la caña de azúcar y con machete en mano.
Juan de la Caridad y con toda fiebre en el cuerpo y más en la piel desnuda se entristece, pero, débilmente termina en la choza donde reside junto a su familia. Y Juan de la Caridad pasa la fiebre, adolorido, y con eficaz tormento, llevando en su corazón una tristeza, pero, con ardua labor. Juan de la Caridad se aferró a la labor y al trabajo arduo en poder creer en el instinto sosegado por laborar de sol a sol, día a día, y de cara al sol. Cuando ocurre y transcurre en la alborada llena de un sólo sol, clandestino y tan aferrado a la vida, cuando se siente como la fuerza y la proeza en querer solventar la vida. Y Juan de la Caridad se siente aterrado y curtido por el sol, labora de sol a sol, día a día, y de cara al sol, y se aterra cada vez más y más a volver a laborar bajo el sol curtido en mayo. Juan de la Caridad cree y piensa en su lecho que algún día se retirará y que su retiro será en paz y en tranquilidad por haber laborado de día a día, de sol a sol, y de cara al sol. Juan de la caridad siente como percibe una insistente osadía de creer que el retiro será consecuente, rápido, veloz, pero, no, tarda como se tarda en digerir. La vida para Juan de la Caridad se aterra en sentir y en pensar que pronto llegará el retiro de machete en mano cortando caña de azúcar, recolectando cosecha de los bambúes en la Hacienda La Montaña. La vida para Juan de la Caridad se aferra a largo trabajo y a la vida con machete en mano cortando la caña de azúcar y sólo dando cara al sol. Juan de la Caridad cree y piensa en su retiro como algo digno de celebrar, pero, es que sin lograr verdad impoluta que no llega a disfrutar de ese retiro merecido. Juan de la Caridad con machete en mano y dueño de la caña de azúcar como el bambú cuando, se enaltece un frío y un cálido sol de mayo y curtido por el sol, Juan de la Caridad alucina, otra vez, porque cada vez que piensa en retirarse sabe que tiene que trabajar. El sustento para la familia de Juan de la Caridad no rinde para nada. Juan de la Caridad comienza una resiliencia de esa alucinación que manipuló su estado normal capaz de trabajar con machete en mano recolectando azúcar de la caña de azúcar del bambú. Juan de la Caridad piensa que su retiro será pronto y que recibirá una paga o una pensión por su labor ardua, tenaz y audaz con machete en mano cortando la caña de azúcar y más del bambú, pero, aunque cree que el tiempo pasa no es tiempo de retirarse, pero, él no ve el día en que pueda sentirse satisfecho por esa labor ardua, tenaz y audaz que sobrepasa los estándares de un trabajador que trabaja día a día, de sol a sol y de cara al sol. La vida para Juan de la Caridad comienza a inmiscuirse en el tiempo y más en el ocaso cuando llega la noche y comienza a descansar por la faena de un día lleno de sol y de cara al sol. Juan de la Caridad comienza a discernir y deliberar que la solución al problema es laborar, es trabajar y que para obtener una pensión hay que haber laborado, pero, el retiro para Juan de la Caridad comienza a sofreír un sofrito sobre el fuego lento de la vida misma y así fue que el calor, el sudor y el trabajo arduo lo llevan directo hacia laborar con ímpetu, con razón, de sol a sol, de día a día y con la cara al sol. Juan de la Caridad imagina que la faena es fácil, pero, él sabe que es tan difícil como sentir la fuerza, el coraje y la razón alucinadora, perdida, de frente al sol y con la cara al sol comienza a enfrascar, a encarecer y a laborar una labor tan ardua, veloz, atroz como es con machete en mano y laborar con la caña de azúcar y del bambú. Juan de la Caridad se enaltece de frío y calor desnudando el cometido de saber que es un recolector de cosecha de la caña de azúcar y que su retiro pronto vendrá sin saber ni sospechar ni siquiera imaginar que, tal vez, sin lograr llegar a la vejez pueda disfrutar de ese retiro merecido. La vida de Juan de la Caridad se convierte sólo en alucinación cuando ya el sol penetra más en su piel y de cara al sol labora de sol a sol.
Juan de la Caridad atraviesa un frío inestable en su propia piel y es por tanto sol por de cara al sol que labora día a día. Juan de la Caridad atraviesa un sin fin de cosas, de faenas y de transparencias translúcidas como la luz del sol que atraviesa a su piel dejando calor, sudor excesivo y un dolor de cabeza, pero, con la faena comienza a creer que con machete en mano obtiene y recolecta la cosecha limpia, impoluta, real y tan verdadera de la caña de azúcar de los bambúes. Juan de la Caridad se aferra al frío desconcierto de un sol penetrante, sólo, en su piel como petrificando la luz directamente en su piel. Juan de la Caridad se aferra al álgido viento que le hace volar su guayabera enrollada hasta los codos de ¾. La vida para Juan de la Caridad se enaltece de un gélido deseo de permanecer bajo las sombras, pero, aún, continúa de sol a sol, de día a día y de cara al sol sudando excesivamente la camisa con sudor laborioso y en premonición a esa ardua labor se aferra a una cosecha limpia, impoluta y real sucumbiendo en un trance futurístico de realizar una cosecha y una faena impoluta recolectando la caña de azúcar de los bambúes. Juan de la Caridad se aferra al sol en su piel que es resultado de un trabajo tenaz, fuerte y arduo por recolectar azúcar de los bambúes. El vaticinio y la premonición de una recolecta limpia, impoluta y real se debe a que el deseo y la conveniencia en laborar de sol a sol, día a día y de cara al sol es que el siniestro cálido y el curtido sol de mayo se encierra en la piel de Juan de la Caridad. Si Juan de la Caridad se debate entre un sol tan siniestro como tan cálido se siente como el dolor mismo que encierra el temor por ser tan perseverante en el amor y en dolor que se aferra al sentir día a día, de sol a sol, cuando crece en la impoluta verdad una linda y buena cosecha de la caña de azúcar y del rico bambú. Si con la fiebre autónoma en la misma piel de Juan de la Caridad se debate a un frío desconcierto queriendo realizar bajo el candente sol un trabajo de sol a sol, de día a día, y de cara al sol sucumbiendo en un trance cuando el sol quema a la piel y muere de sudor excesivo deseando revivir el corazón, pero, la fiebre, aún, continúa en el cuerpo y la vida con vida aún queda trabajando de sol a sol, de día a día, y de cara al sol. Cuando en el alma quedó como un altercado frío y como en el alma un sólo calor, un sólo frío desnudo y de un sólo tiempo nefasto. Ni un sólo desafío cruzó por la mente de Juan de la Caridad cuando el retiro era y es lo más merecido que se le tiene a un trabajador, y más si se labora de sol a sol, día a día, y de cara al sol. Cuando en el altercado frío se siente el mismo dolor de creer que el sol cae como un cometa de luz sobre la misma piel del Juan de la Caridad. Porque Juan de la Caridad se vio con el sol en la piel, y con el sol a cuestas, y con cara al sol. Cuando en el alma de Juan de la Caridad se debate en una sola espera inesperada, y de una sola verdad inocua, cuando se debate una esperanza, en la cual, se siente como el paraíso o como el desenlace fatal en querer el frío o el calor en cada regazo de la piel. Y Juan de la Caridad como siempre con machete en mano y recolectando la cosecha de la caña de azúcar de los bambúes. Cuando Juan de la Caridad se siente como el reflejo de un sólo dolor, si en el afán de creer en el desafío se siente como el pasaje de ida y sin regresos cuando queda como el mismo sol en la misma piel sudando con glándulas sudoríparas, con los poros abiertos y con machete en mano. Cuando en el alma de Juan de la Caridad se aferró al sol y más que eso al desconcierto cálido de creer en el combate de dar una sola señal y era que el sol y con machete en mano quiso en premonición y vaticinio recolectar la cosecha más deseada y más impoluta y más limpia y más real que toda cosecha del bambú.
Juan de la Caridad se siente enfermo, débil y muy insípido, todo por el sol en la piel en donde labora de sol a sol, día a día y de cara al sol desafiando a la naturaleza cuando en el tiempo y en el ocaso se pierde como se gana a todo un sol. La vida marca trascendencia y transcurre en un tiempo indeleble donde el sol es impetuoso, imprescindible y muy temeroso porque es el sol en la piel, en el cuerpo y más en los ojos de Juan de la Caridad. La vida de Juan de la Caridad se llevó un desafío y un mal altercado tan frío como el sol en la misma piel dejando un candente sol en la misma piel. Juan de la Caridad gana como pierde la retina, la pupila o la niña de sus ojos cuando observa que el sol penetra y conduce hacia una sola dirección y son sus ojos llenos de sol con una ceguera casi mortal. La vida de Juan de la Caridad se aterra al frío desconsuelo en querer una mejor oportunidad para laborar y sustentar a su familia. La esencia y la presencia de Juan de la Caridad se siente como derribar del cielo al sol sin poder hacer realidad su sueño. Juan de la Caridad irrumpe en un siniestro cálido y en un curtido sol de mayo para poder desafiar el tormento y el lamento en querer derribar el sol del cielo y más de sus eternos ojos. La vida para Juan de la Caridad logra el sueño deseado cuando en el altercado frío logra el retiro soñado cuando el doctor le expresa que si continúa laborando como recolector de la caña de azúcar del bambú. Juan de la Caridad cree que quedará ciego y aunque quede ciego, él no quiere soltar el machete en mano para recolectar en cosecha a la caña de azúcar del bambú. La vida comienza de cero, otra vez, para Juan de la Caridad sucumbiendo en un trance impetuoso como el sol en la misma piel. La piel de Juan de la Caridad quedó curtida por el sol de mayo y por un sol que nunca se fue del cielo dejando estéril la vida y más inerte a los ojos de Juan de la Caridad. Si con el sol curtido de mayo Juan de la Caridad quedó ciego por ese sol tan fuerte, impetuoso, enérgico, y tan sublime y con casi una muerte súbita queda Juan de la Caridad con ese sol en sus propios ojos. Juan de la Caridad se ve en la encrucijada en querer solventar una sola razón y un deleite en la piel por ese rico sol que le deja un buen bronceado en la piel. Si Juan de la Caridad se atormenta cada vez que siente y presiente a ese sol en el bronceado de su piel y que es tan impetuoso con los rayos enérgicos que ofrece al mundo y Juan de la Caridad de cara al sol, sólo, labora de sol a sol, día a día y de cara al sol dejando una estela frenética en un rastro entre el sol y su piel. La vida para Juan de la Caridad se aferra al desafío y al torrente inerte de todo un sol en el cielo y más en la piel desnudando al cielo y más al sol en la piel. Juan de la Caridad queda ciego por laborar de sol a sol, día a día y de cara al sol desnudando a sus propios ojos de frente al sol y apoyando a su vida, a un sustento y a una familia por, la cuál, labora dejando ciegos a sus propios ojos deleitando a la fuerza, a lo impetuoso y a lo más vil, de unos ojos, de una vista casi ciega y todo por el curtido sol de mayo. Juan de la Caridad quiso retractar, reversar y revertir a ese sol que penetra en sus ojos, pero, el sol fue más fuerte que él. Juan de la Caridad no pudo más que el sol mismo en su piel desatando el infortunio y el recelo en el alma destrozando de la piel a todo un sol que él mismo halló por laborar de sol a sol, día a día, y de cara al sol. Juan de la Caridad se aferró al deseo inerte de entregar el alma en el comienzo de una toda insistencia por deliberar el tormento frío por un sol curtido de mayo. Si Juan de la Caridad se halla laborando, a pesar, del sol en sus ojos y de la ceguera que le deja el sol otorgando que sus ojos no miren correctamente. Juan de la Caridad y el tiempo transcurre con el tiempo y con el ocaso cuando se va el sol por el otero.
Juan de la Caridad se aferra al retiro temprano, digno y tan merecido como haber laborado por mucho tiempo en recolectar la cosecha de la caña de azúcar y del bambú en la Hacienda La Montaña. Juan de la Caridad contempla al retiro demostrando que el universo es totalmente frío. Mientras que el instante se debate en un frío veraniego, cuando el sol curtido por el sol de mayo, queda Juan de la Caridad contemplando un retiro merecido, digno, impoluto y muy limpio, pero, no, aún no ha llegado el momento de retirarse, cuando en el instante se aterró al instante álgido, y tan impoluto como lo más digno. Y Juan de la Caridad aún laborando de sol a sol, día a día, y de cara al sol. Y, Juan de la Caridad, se entristece de mucha advertencia que le dan sus ojos cuando el curtido sol de mayo comienza a decaer en el trance delictivo en poder creer que el sol ciega a sus propios ojos. Juan de la Caridad se aterra al presentir que su retiro llegará pronto cuando sus ojos no puedan más por el sol, si el calor, el sudor y la cálida luz del sol atraviesan de cara al sol su trabajo, su labor como recolector de la caña de azúcar y del bambú. La vida para Juan de la Caridad se encierra en saber que el sol lo acompañará toda la eternidad cuando su piel, su cuerpo, sus ojos y más su corazón lleva consigo el calor del sol por laborar día a día, de sol a sol y de cara al sol vislumbrando una energía solar sin ser superficial, de fantasía o artificial, sólo, es una luz que como llega se va, pero, queda dentro de sus propios ojos. Juan de la Caridad petrifica el momento, el instante y la mala situación en converger y convidar una sola razón sin debatir ni deliberar la solución al único problema que le aqueja en quedar ciego por la fuerte y penetrante luz del sol. Juan de la Caridad petrifica a sus ojos en el candente sol que le observa directamente desde el cielo sin más ni más que una luz que se pierde fugazmente en sus ojos llenos de luz. El retiro para Juan de la Caridad lo contempla lejano y de un futuro incierto cuando la verdad queda tan impoluta como real, limpia como digna y tan merecida cuando el retiro se siente tan lejano como poder continuar laborando de sol a sol, día a día y de cara al sol con la cosecha de la caña de azúcar y del bambú. Juan de la Caridad lleva por sorpresa su vida laborando como un hombre con guayabera y con mangas enrolladas de 3⁄4 y con sudor en camisa hace volar con el viento gélido y con la luz candente del sol se debate una furia o euforia por laborar de sol a sol, día a día y dando cara al sol. Juan de la Caridad se aferra al frío y al cálido sol que irrumpe como contradicción o viceversa en atraer al frío y al calor al mismo tiempo. Juan de la Caridad se aterra al sentir y presentir que el sol acaba con sus ojos, que termina con su propia vida y que su piel se curte de un sol siniestro y cálido de mayo cuando se petrifica que su mundo queda a la deriva y que sus ojos quedaron ciegos y que su vida queda a la expectativa en creer que el sol lo es todo, pero, es un mal de insolación a sus ojos de trabajador al recolectar la caña de azúcar y del bambú en la Hacienda La Montaña. Juan de la Caridad converge y convida que el mundo juega un juego sin perder las reglas y que se enaltece y encrudece a sus propios ojos por una labor ardua, tenaz y tan rauda con machete en mano en la Hacienda La Montaña. La vida para Juan de la Caridad se torna desesperada y muy intrínseca cuando el retiro no lo contempla sino que se halla muy lejano porque a él le gusta trabajar de sol a sol, de día a día y de cara al sol. Juan de la Caridad cree y piensa y más que eso siente que por laborar día a día, de sol a sol y de cara al sol sabe que deja en el sol a la niña de sus ojos, a la retina y a su pupila dejando morir en un segundo en un altercado la vida y la misericordia infinita de creer que el mundo como comienza termina y así son petrificados sus ojos en el sol dando énfasis a la ceguera de sus propios ojos.
Juan de la Caridad se aterra al saber y al presentir que la fuerza dentro de su corazón se debate, se encierra y se encrudece en un mal tiempo cuando la vida queda como un invento siendo real, impoluto, limpio y digno porque la virtud de ese hombre llamado Juan de la Caridad es sustentar a su familia con el sustento de recolector de la caña de azúcar y del bambú con machete en mano. La vida de Juan de la Caridad siente que el retiro es indigno, es inmerecido cuando sin lograr acecha la muerte y más la ceguera con sus propios ojos por la luz inmensa del sol. Juan de la Caridad con ardua labor, tenaz trabajo y raudo con machete en mano va de velocidad en velocidad a cortar, recolectar y cosechar la caña de azúcar y el bambú con machete en mano bajo un sol candente y cálida luz temiendo dejar la luz de sus ojos entre los rayos enérgicos del sol por laborar día a día, de sol a sol y de cara al sol dejando a sus ojos la luz del sol. Cuando ocurre el desastre en querer abrazar a la luz del sol, sólo, Juan de la Caridad se encierra en el tiempo y más en la osadía de dar una sola salvedad en querer salvar a su pellejo y más a sus propios ojos de la luz del sol. Juan de la Caridad quiere y desea que llegue su retiro pronto y su salud lo amerita, pero, el joven prefiere laborar para sustentar a su familia y decide laborar con machete en mano, bajo el sol candente, de sol a sol, de día a día y de cara al sol. La insistencia y persistencia de Juan de la Caridad por laborar bajo el sol penitente parece que es inmóvil, inerte, incierto y muy indeleble. La vida de Juan de la Caridad se debate en un incierto porvenir cuando ocurre lo peor: el cielo y el sol continúan cegando los ojos a Juan de la Caridad. Juan de la Caridad se encierra en un debate frío si es su retiro o continuar laborando bajo el sol candente o sentir plenamente un retiro digno, merecido, impoluto, limpio y tan real como haber laborado de sol a sol, día a día y de cara al sol. La vida trabajadora para Juan de la Caridad comenzó en la búsqueda de empleo en la Hacienda La Montaña y sí que emplean a Juan de la Caridad y asciende con un alto rendimiento laboral para la Hacienda La Montaña. La labor de Juan de la Caridad en la Hacienda La Montaña se debe a que el joven labora con ímpetu impetuoso y cálido tormento en demostrar que es un alto recolector de la cosecha de la caña de azúcar y del bambú que le deja buen salario con la rica producción para ese tiempo del azúcar más que el café y otros productos. La vida de Juan de la Caridad se debate entre el retiro y continuar laborando bajo ese sol candente que encierra el temor de ser como el mismo sol. El joven, Juan de la Caridad delibera si retirar su vida laboriosa o continuar laborando bajo el mismo cielo, bajo el mismo sol y bajo el mismo sentido que cree que la vida es tormento incierto futurístico y muy imborrable. El joven hace una penitencia en la choza advirtiendo que su retiro llega pronto o que su labor culmina y termina en un desenlace fatal y es quedar ciego totalmente por el fuerte sol que le aqueja en sus propios ojos desatando la furia y la euforia en un sólo convenio y es el sol que penetra con sus rayos letales hacia su piel, su cuerpo y más a sus propios ojos. Juan de la Caridad continúa soportando lluvia, sereno y sol y más con el sudor excesivo en su piel bajo la guayabera enrollada a ¾ y con pantalón hasta las rodillas y el sudor bajando raudo, fuerte y veloz por su piel al desnudar su propio sentido queda Juan de la Caridad laborando bajo ese sol candente sin importar, sin mediar ni percibir que pierde la vista de los ojos. Juan de la Caridad percibe, añora y piensa que el retiro será pronto cuando en el afán en quedar laborando impacienta y persiste que la lucidez de sus ojos quedaron ciegos por tanto sol por laborar bajo el sol candente de laborar de sol a sol, día a día y de cara al sol.
Juan de la Caridad comienza a decaer de frente al sol, a sudar excesivamente y a marear indebidamente su cabeza con el sol fuerte, directo, impetuoso, de frente y de cara al sol. La vida de Juan de la Caridad comienza a decaer, a aflorar el sustento por una familia que ama y que por ellos daría la vida. Es Juan de la Caridad, el hombre corpulento, raudo, rudo, fuerte y tenaz con ardua labor y con machete en mano. Si Juan de la Caridad quedó como la fuente de sol a sol, de día a día, y de cara al sol, cuando se debate una insistente y persistente manera de laborar bajo el sol candente, y de amar el sustento de su familia. Juan de la Caridad comienza a pensar que si su retiro es saludable y que vivirá eternamente, pero, la labor le llama a ser el mejor trabajador. La vida comienza a creer que la fantasía es la irrealidad de toda una vida, pero, no la vida es esencial para poder vivir sin camorras, sin ideales ni persistencias autónomas de dar una sola contienda entre el alma y el corazón es escoger entre su retiro o continuar laborando y él, escoge continuar laborando. La vida para Juan de la Caridad se encierra en creer que la vida no cambia y que continúa su labor día a día, de sol a sol y de cara al sol siempre dando la cara al sol ofreciendo su sudor de frente con la osadía en poder ser un hombre trabajador. La vida de Juan de la Caridad se aferró al frío y al calor de todo un sol sin petrificar el rumbo a seguir cuando de cara al sol se presenta y labora como todo un dios de la faena bajo el sol candente. La vida queda deliberando un por qué, una solución al problema inocuo cuando en el alma se debate entre querer su retiro o continuar su insistente labor. La vida encierra como encrudece el tiempo y el sol de todo un cielo abierto, eficaz, tormentoso, impetuoso y dador de luz y de vida. Juan de la Caridad se atormenta, suda con sol y perpetra una salida, una sola señal y un sólo destino como el camino frío y en querer solventar la vida quedó Juan de la Caridad muerto de un espanto, de un infarto y de un penitente trabajo bajo el sol candente y laborando bajo el sol, de sol a sol, día a día y de cara al sol. La vida para Juan de la Caridad quedó maltrecha, desolada, abatida, adolorida y muy malherida sucumbiendo en un trance fatal y en un desenlace mortal. La vida de Juan de la Caridad quedó con sudor excesivo, bajo el sol candente y bajo el sol en ocaso con lluvia y fue bajo el sol que muere repentinamente y con súbita muerte comienza a deliberar forma, actitud y un sol candente bajo la piel. Juan de la Caridad comienza a caer, a decaer bajo el sol candente, bajo el sudor excesivo de una camisa en guayabera y enrollada hasta los codos a ¾. La vida de Juan de la Caridad cae rendida como mojigato, como títere y como marioneta sin vida alguna, sin tiempo alguno y es la vida de Juan de la Caridad que comienza a morir bajo la tutela de ese sol candente, de ese sol penitente, de ese sol directo y de ese sol de cara al sol. Juan de la Caridad tienta en saber que el mundo cae como decae y que entristece como el tiempo. Cuando la vida comienza a morir bajo las sombras ocultas de un venidero, y futurístico sol, sólo laborando bajo el sol candente, de sol a sol, de día a día, y de cara al sol. La vida enfrenta la vida ejemplar de un hombre trabajador y que labora de sol a sol, de día a día, y de cara al sol. Y se derrumba el acometido frío e inestable de caer sobre el suelo tendida su vida como un mojigato o como un títere o una marioneta. Y es Juan de la Caridad el que muere de un infarto y tan espantoso sobre la muerte misma, cuando Juan de la Caridad laboró de sol a sol, de día a día, y de cara al sol destruyendo a su insistente corazón en una muerte tan súbita.
FIN