Un destello de tus ojos…
Un gemido de tu boca…
Un suspiro de tu pecho…
Más fortuna, tras la herencia
malgastada… ¡no merezco!
Cuando corras a mi encuentro,
y aferrándote a mí cuello
me aprisiones con tus besos,
te diré: “¡Hazme tan solo,
de tu viña, un jornalero!”