¿Por qué sufrir así, Jesús, clavado?
¿Por qué tanto perdón, sin obtenerlo?
¿Por qué tal expiación sin merecerlo?
¿Por qué morir así, desamparado?
¡Lo sé! . . . Porque tu amor es desbordado;
por no poder en tu alma contenerlo;
por no querer del odio defenderlo;
por no temer amar sin ser amado.
¡Oh, divino Señor!, que te sometes
al aniquilamiento, conducido
por ese amor tan hondo como inmenso:
aunque la vida eterna me prometes,
¡está mi ser, totalmente atraído,
por ese amor, totalmente indefenso!