Una gota de agua
resbaló de tus ojos,
y bajó por tu cara
en la tarde de otoño.
Yo la vi en un instante
y acudí, presuroso,
con mi labio a la gota
que mandaba tu rostro.
Y sentí, con ternura
ese néctar ansioso
que buscaba la tierra
y perderse en el polvo.
Y mis labios temblaron
y temblé con tu gozo,
mariposa preciosa,
en el beso sin fondo.
Rafael Sánchez Ortega ©
18/04/24